La DANA Qori llegó con vientos que cortan y nieve que pesa
El viento comenzó a azotar la región de Arequipa antes del amanecer, arrastrando consigo el frío que traía la DANA ‘Qori’. Desde la sierra hasta la costa, la presencia de este fenómeno atmosférico se hacía sentir con intensidad. José Mesia, especialista del Senamhi, advertía en los medios que las ráfagas alcanzarían hasta cuarenta y cinco kilómetros por hora, complicando no solo la circulación de vehículos, sino también la vida cotidiana de muchas de familias.
En las provincias de La Unión, Condesuyos, Castilla, Caylloma y Arequipa, los pobladores despertaron entre lloviznas persistentes y nevadas que cubrían los tejados y caminos de tierra. Las escuelas, los mercados y las rutas rurales comenzaron a mostrar los efectos del fenómeno. En Huarcaya, los niños que se desplazaban hacia sus colegios lo hicieron envueltos en frazadas y abrigos gruesos, sorteando la nieve y el barro. Cada paso parecía más difícil que el anterior. Los animales de pastoreo buscaban refugio mientras los pastores levantaban cercas improvisadas para protegerlos del viento cortante.
El Servicio Nacional de Meteorología e Hidrología registraba precipitaciones de intensidad ligera a moderada, pero para quienes viven a más de cuatro mil metros sobre el nivel del mar, cada centímetro de nieve tenía consecuencias directas. Caminos bloqueados, riesgo de deslizamientos y dificultad para transportar alimentos y medicinas, una realidad que las autoridades locales monitoreaban con preocupación. La DANA, proveniente del norte de Chile, avanzaba lentamente sobre los Andes peruanos, y con ella se intensificaba la incertidumbre sobre qué tan duras serían las noches siguientes.
En la ciudad de Arequipa, los efectos también eran visibles. La temperatura diurna se mantenía templada, pero los vientos cambiantes alteraban la sensación térmica. Conductores y comerciantes sentían la fuerza de las ráfagas en sus rostros, mientras los agricultores en la sierra media veían sus cultivos amenazados. Los Senamhi emitía constantes alertas para que la población tomara precauciones, pero en los pueblos más alejados, la comunicación dependía de radios locales y del boca a boca. La dependencia de la información oficial se volvía vital para la seguridad de los vecinos.
Mientras tanto, en los distritos costeros como La Molina, la vida seguía con cambios sutiles: temperaturas máximas entre 26 y 27 grados durante el día, mínimas similares a las de días previos, y ráfagas de viento que obligaban a reforzar techos y asegurar objetos expuestos. El contraste entre la sierra y la costa era evidente. Mientras en lo alto de los Andes se vivía una lucha diaria por mantener la normalidad, en la franja costera la DANA alteraba el clima de manera más leve, pero también palpable, recordando que ningún lugar estaba completamente al margen del fenómeno.
Los rescatistas y autoridades locales permanecían atentos a los reportes de Senamhi, conscientes de que la DANA podía provocar incidentes imprevistos. En Caylloma y Castilla, las comunidades ya se preparaban para posibles desbordes de ríos y deslizamientos de tierra, reforzando caminos y desplazando ganado a zonas seguras. La sensación de vulnerabilidad era generalizada. Cada nube que se desplazaba por los cielos de Arequipa llevaba consigo preguntas sobre hasta dónde podía afectar la DANA ‘Qori’ y cuántos días serían necesarios para recuperar la normalidad.
A medida que pasaban las horas, la nieve seguía cayendo en zonas elevadas y la lluvia persistente empapaba los valles. Los efectos de este fenómeno eran más que estadísticas: eran familias que ajustaban sus horarios, caminos que desaparecían bajo el barro, cultivos que podían perderse y mercados donde la llegada de productos frescos se retrasaba. La DANA recordaba que, más allá de la ciudad, miles de personas viven bajo condiciones extremas, dependiendo de la información, la previsión y la solidaridad de todos para superar cada jornada.
En Arequipa, el fenómeno dejó una estampa imborrable: ríos que corrían con fuerza, vientos que silbaban entre las casas, techos improvisados que resistían el embate y comunidades enteras que aprendían a convivir con la DANA. No era solo un fenómeno meteorológico, era una prueba de resistencia y adaptación, de cómo la naturaleza impone sus reglas y de cómo las personas encuentran maneras de seguir adelante, día tras día, a pesar de la adversidad.


