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El río que sostiene vidas se tiñe de alerta

El río Tambo amaneció amarillo. Las aguas que habitualmente bajaban transparentes por los valles de Moquegua y Arequipa ahora parecían teñidas por la desconfianza y la preocupación. Desde el cinco de diciembre, los pobladores del distrito de Matalaque y de comunidades cercanas observaron cómo la corriente cambiaba su color, y con él la rutina de quienes dependen de sus aguas para beber, cultivar y sobrevivir. La Municipalidad Distrital de Matalaque salió a documentar el fenómeno y advirtió que podría tratarse de relaves mineros provenientes de la unidad Florencia-Tucari de Minera Aruntani S.A.C., activando temores que no eran nuevos.

Hace meses la región ya había registrado coloraciones extrañas en ríos como Titire y Coralaque. Cada episodio dejaba tras de sí la misma sensación: incertidumbre, miedo y la necesidad de respuestas urgentes. Los agricultores del valle del Tambo miraban el agua con desconfianza. Sus cultivos, fuente de sustento y de vida para miles de familias, podían verse afectados por la contaminación. La fauna acuática parecía observar con indiferencia, mientras los pobladores discutían cómo proteger la tierra y el agua que los sostiene. Cada amanecer mostraba un río que no solo llevaba agua, sino también la carga de preocupaciones humanas.

Los técnicos de la Municipalidad registraron la anomalía y advirtieron sobre los riesgos para la salud y el ecosistema. La presencia de metales pesados y residuos mineros, según indicios preliminares, ponía en riesgo el equilibrio del valle. La alerta generó movilización entre autoridades y vecinos. La Contraloría General de la República y el OEFA ya habían supervisado casos similares en meses anteriores, pero la reiteración del fenómeno reforzaba la sensación de que los problemas no se habían resuelto. La declaración de estado de emergencia vigente buscaba ofrecer una respuesta inmediata, pero la población sentía que la protección de sus recursos vitales seguía siendo insuficiente.

Cada familia en la región sentía el impacto de ese río amarillo. Las mujeres lavaban con cuidado, preguntándose si el agua era segura para sus hijos. Los hombres revisaban cultivos y canales de riego con temor de que la tierra quedara dañada por contaminación crónica. Los niños observaban la corriente y su color distinto, sin comprender del todo, pero percibiendo que algo había cambiado en el lugar donde habían crecido. El río, que durante siglos fue fuente de vida, ahora se convirtió en un recordatorio tangible de la vulnerabilidad y del riesgo que la actividad humana puede imponer sobre la naturaleza.

La Municipalidad insistió en que se implementen monitoreos constantes, sanciones ante cualquier infracción ambiental y medidas efectivas para proteger el agua. La población espera que las autoridades regionales y nacionales actúen con firmeza, conscientes de que la continuidad de la vida en el valle depende de cada decisión, de cada vigilancia, de cada acción preventiva. La historia del río Tambo amarillo no es solo un fenómeno natural o un incidente aislado. Es la crónica de un ecosistema y de las personas que lo habitan, que se ven obligadas a enfrentar los efectos de la minería y la gestión ambiental con urgencia y resiliencia.

El río Tambo sigue su curso, cargado de preocupaciones, de memorias de episodios pasados y del temor de que la historia se repita. Mientras tanto, la gente mira sus aguas y se pregunta cuánto tiempo más podrán depender de él sin que la intervención efectiva llegue a tiempo. Cada día que pasa, la corriente amarilla recuerda que proteger la vida y los recursos de esta región es una tarea pendiente que exige acción inmediata.

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